Es difícil deconstruir los relatos de Murakami para interpretarlos fuera de la ficción. Al menos es imposible
hacerlo al nivel que merece su literatura porque Murakami no puede reducirse al análisis. Por ello mi
propuesta es dejar constancia de lo que
para mi supone su lectura. Evitaré de esta forma a mi reseña pretensiones muy
técnicas y concluyentes y podré abandonarme a mi filia sin rubor disfrutando
una vez mas del universo de Murakami solo que hoy desde este lado, el del
narrador.
Murakami me deja tan dentro de mi misma que me cuesta trabajo volver a la
superficie después de sus lecturas. Y para escribir, para explicar algo, es
necesario situarse justo detrás de esa membrana que nos separa de los demás, pero
no mucho más lejos. De otro modo corremos el riesgo de alimentar nuestro
discurso interno en sentido centrípeto sin ser capaces de transmitir a los
demás las sensaciones que mueven esa espiral.
No sé cómo lo hará Murakami. Para el
no parece impedimento el estar siempre habitando lugares profundos. Una vez le
leí en una entrevista que cuando escribe viaja al lado oscuro de la conciencia.
Entiendo entonces que la dirección de su viaje ha de ser la contraria a la del
mio. Para escribir yo necesito vislumbrar la superficie, él se sumerge hasta lo
mas hondo. De ahí el relieve de sus personajes, supongo. Se adentra tanto en su
interior que parece flui por su riego sanguíneo.
Desde el descubrimiento fortuito de Sputnik
mi amor (aún recuerdo la tumbona y el rincón de patio donde sucedió este
encuentro) mi rumbo literario se vio condicionado por la curiosidad de
continuar explorando las obras de Haruki Murakami. A medida que fui consumiendo sus libros, uno
detrás de otro, elevé la figura del
escritor nipón a la categoría de referente.
Lo puedo resumir en una declaración simple: A
partir de sus lecturas supe que libros me hubiera gustado escribir a mí, los
suyos.
Puede parecer una afirmación presuntuosa o incluso cursi pero en realidad
responde a otro tipo de impulso. Es algo más cercano a un hallazgo, al
descubrimiento de lo que como escritora me hubiera gustado revelar. A mi forma
de entender un mundo literario completo, singular e íntimo. Antes de empezar con sus
libros no podía inclinarme por ningún escritor en concreto a la hora de
responderme que me gustaría escribir.
Del mismo modo que como lectores nos reconocemos en los personajes de ficción, los escritores
(escriban o no) pueden verse reflejados
en la omnipresencia del narrador. Esto ocurre muy pocas veces, al fin y al cabo
es una conexión. Y las conexiones solo se dan cuando los nervios del destino
coinciden en un punto preciso a una hora concreta. O
cuando se abre una oportuna y misteriosa grieta que deja entrever aquello que
hasta el momento había permanecido oculto.
Una constante en las historia de Murakami es la idea de que en determinado
momento el mundo fisura, abriendo una puerta que conecta con el otro lado. Este
pasaje secreto varía de un libro a otro:
Puede ser el cuerpo de un cadáver en 1Q84,
una enorme piedra en Kafka en la Orilla, una pieza musical, la escalera de emergencias de una autopista,
el remolino de agua en un lago, el teléfono, una Isla, un pájaro que con su
extraño piar da cuerda al mundo … Y la luna, que comunica los mundos en Sputnik
mi amor, en 1Q84 i en algunos de
los relatos cortos. Las puertas toman diversas formas pero los mundos paralelos
son denominador común de todas sus creaciones.

La mente pura de un bobo también es utilizada de forma recurrente como
canal de conexión entre mundos. El escritor dota a los seres sin
facultades, inconscientes o
retrasados de poderes especiales que no
están al alcance del hombre racional (Nakata, el tonto de Kafka en la orilla que habla con los gatos es el único que puede cerrar
la puerta por donde se cuela una viscosidad fantasmal impropia de este mundo). Los
bobos o seres de alguna forma vacíos suelen ser cuerpos que albergan una conciencia
con poder organizador (el padre de Tengo, en coma, es el vacío que hará posible
el encuentro entre Tengo y Aomame). Son receptáculos de una pureza inmaculada
que sirven de vehículo a las órdenes del
Universo (como Fukaeri, el recipiente que hará posible la conexión física entre
Tengo y Aomame en 1Q84). Y aunque estos
conceptos son, sin duda, peligrosamente espirituales, en los relatos del Japonés
nunca se tiñen de misticismo. Al contrario, suceden como hechos sencillos,
naturales y tan obvios que tornan este irracional en algo empírico aunque
mágico, imprimiendo a la obra el desconcertante misterio Murakamiano.
Las historias de Haruki Murakami empiezan cuando la lógica del raciocinio
se somete a la intuición. Por ello necesita de personajes que sean capaces de
hacer un uso extraordinario de las facultades inconscientes, seres con una
inteligencia que no haya sido amputada por las pautas de la razón.
Son personajes especiales, solitarios que con el aislamiento han aprendido
a abundar en los talentos a los que la
población socializada no tiene tiempo de dedicarse: observar, intuir, ahondar
en la tristeza. Personas que no tienen a nadie en el mundo mas que a ellos
mismos, individuos que la sociedad ha atomizado y que solo aspiran a habitar el
santuario de su propio mundo: el fin del mundo en el caso del personaje que
habitaba el Despiadado País de las Maravillas, un pozo en el de Tooru Okada,
Creta en Malta, o Cinnamon que se recluye en su silencio y en las artes después
de haber perdido el habla a los seis años.
Las relaciones entre estos personajes no pueden pues ser producto de un
vínculo social, ni responden a una fórmula
química, ni al encadenamiento lógico y deductivo de hechos. Los vínculos son
mas bien producto de una conjunción casual extremadamente precisa y fortuita,
como el choche de dos moléculas en el universo. O un proceso similar al de las
mutaciones genéticas.
Estos son los actores que necesita Murakami. Aquellos que puedan entregarse
sin reservas a poderes organizadores desconocidos, que presienten cuando la
conexión entre los dos mundos está abierta y que son capaces de reconocer la
alternancia de realidades con naturalidad. Es el caso, por ejemplo, de Creta
Kanoo en Crónica del pájaro que da cuerda
al mundo, quien traspasa conciencias, encuentra cosas perdidas y se
introduce en los sueños de Tooru Okada para ayudarle a resolver los extraños
sucesos de su vida.

Seres, en fin, que no se rompen al
ocurrir lo inexplicable si no que se adaptan cuando el mundo empieza a
distorsionarse. La naturalidad con la que aceptan los acontecimientos hace
entrar en credibilidad al lector que acaba convenciendo de que esa otra
dimensión existe y que solo es preciso estar atento para que se revele. Solo
hay que observar el entorno con sutileza: cerrar el libro, escuchar el reloj
marcando el silencio, entornar los ojos y escudriñar la sala para descubrir por
dónde podemos colorarnos al otro lado. Tic tac.
Para conseguir el tránsito una de las cosas más importantes que cuestiona
la ficción del Japonés es la línea cronológica de la temporalidad. Sobre todo
en 1Q84, donde se enfatiza el efecto
dando una numeración análoga al año 1984 para crear ese paralelismo (en japonés
la letra Q i el número 9 se pronuncian igual). Así 1984 discurre por la
conocida (por la empírica) linealidad del tiempo. Mientras que 1Q84 es el
desdoblamiento de ese tiempo, esa otra dimensión en la que aparecen los
personajes después de cierta distorsión del mundo. Un mundo paralelo que avanza
como un tren descarrilado.
Cuando los protagonistas entran en Q las cosas empiezan a cambiar. Como cuando en los sueños el entorno conocido
se transforma, se distorsiona y aparecen detalles descontextualizados de
repente. Hay que observar los pequeños cambios: un libro extraño en la estantería, pinceladas
diferentes en un cuadro conocido o un cambio en el rictus de una foto. Quizás deberíamos parar los relojes para
encontrar la puerta. Tic…
Nada he dicho de la destacada habilidad del nipón para encerrar historias
unas dentro de otras. O para proyectar
tramas. Para trenzarlas y deshilvanarlas capitulo a capitulo como entre
sus agujas las poderosas Parcas tejen el destino. Ni de lo fácil que le
resulta crear atmosferas de una
irrealidad real, siempre bordeando el precipicio del inconsciente.
Porque para mí, lo más sorprendente de Murakami es su talento natural para
explicar las fuerzas invisibles que gobiernan el mundo. Nos sujeta la creencia de que vivimos
asentados sobre premisas ciertas, sobre cimientos incuestionables. Murakami
baja al pie de esos cimientos y observa
los enormes pilares desde el frio de la nada. En definitiva lo que nos cuenta
Murakami es que el mundo no cierra del todo.
Miss Plumtree