Me sorprende la memoria prodigiosa de ciertas
personas. La de mi suegra, por ejemplo. Recuerda con precisión nombres, fechas
de aniversario, celebraciones familiares, muertes, nacimientos, condición meteorológica
de un día concreto. En fin, cualquier cosa relacionada con personas, sucesos y cifras.
Yo, a estos efectos, soy una nulidad. A penas si recuerdo el cumpleaños de mis hijos,
por mucho que les quiera (no logro comprender la condición memoria-amor).
Bueno, a lo mío. Como os decía, a mí la capacidad de memoria me parece una
maravilla. Y la de mi suegra, la creía un Don.
Como era posible que la mujer recordara el año que
se casó su primo, la fecha en que se licenciaron los vecinos del rellano, las
segundas nupcias de Jaime, la confirmación de Susana (y el nombre de todos sus
novios), la primera dentición de sobrinos, nietos, ahijados… Cada vez estaba más convencida de que
sospechosas capacidades supra-normales eran las responsables de la prodigiosa
memoria de mi suegra. Pero consultándolo con mi marido (su hijo) éste me
respondió que su madre era una mujer sencilla. Nada de aptitudes raritas, me
dijo, tendrás que buscar la causa en algo más cotidiano. Y continué
investigando.
El año pasado mis suegros se fueron de crucero y dejaron
a mi cargo el cuidado de su jardín. Es sabido el amor que profeso a las plantas
(a pesar de no recordar cuando brotan) y por ello soy apta para relevar a mi
suegra en estas funciones (que no en las requieran organización de seres vivos o
eventos). Así que una tarde me dispuse a cumplir mi cometido: abrí la verja,
conecté el aspersor y entré en la casa. Como mi suegra suele esterilizar el
piso antes de marchar de vacaciones, no había nada que hacer. Ni por recoger,
ni por limpiar. Ninguna revista… Me dispuse a matar el rato examinando la incontable cantidad de
figuritas que con los años han colonizado el mobiliario del comedor. ¿Porque
guardará tanto cacharro? (cuestioné desde mi falta de apego). Un jarrón, un
cisne, un cesto, parejas de enamorados. Los ceniceros que tenemos prohibido
utilizar. Jarritas y jarrones. Un barco que cambia de color según la humedad. Bandejitas,
una campesina, un pomo de flores. Muñecas...
Y de repente lo vi: era en esos objetos donde residía
la clave del misterio. Cada figurilla llevaba impresa una fecha (de bautizo, de
boda, …), y el nombre de los protagonistas del evento. Los fetiches de mi
suegra guardaban toda la información en el mejor de los escondites: a la vista
de todos. Dispuestos para ser consultados cuando la memoria fallaba. ¡Que
hábiles son las suegras!
Estoy más aliviada desde que conozco su secreto,
pues por fin he podido dejar de considerarla un ser de organización superior. Mi suegra es inteligente, humana y fetichista.
Y no me sean retorcidos, nunca le he visto ningún látigo ni atuendos de piel
acharolada. Aunque de lo que estoy
segura es que de haber hurgado en los cajones (indiscreción que no cometí, se
lo prometo), me hubiera encontrado con los dientes de leche de los niños y las piedras
del riñón de mi suegro.
De todos es conocida la memoria prodigiosa de las
suegras. Y a la luz de mi descubrimiento me pregunto si no serán todas tan
fetichistas como la mía.
Miss Plumtree
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