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lunes, 6 de mayo de 2013

La Brigitte Bardot de Antonio Saura

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Antonio Saura recreó a Brigitte Bardot en 1959, en el estallido de su fama. Aunque Brigitte no haya dejado de brillar ni un solo instante, siempre refulgente, adorada, entonces tenía 25 años y el arrebato de la juventud y del sexo en las carnes. La pintó con sus ojos más que con el pincel como hacen los verdaderos artistas.  Aplicándose en la ausencia del color y en el trazo de pretendida casualidad que le distingue y que no es otra cosa que brocha concluyente.

Así miraba Antonio Saura, así pintaba a sus musas. Así fueran iconos eróticos, pintoras (Dora Maar), meninas o majas.

Le interesaba más el amasijo de emoción en que acaba el sufrimiento que la belleza. Quizás porque esta última es nítida, indiscutible, mientras que  las emociones siempre se presentan revueltas, confundidas, incapaces de distinguirse unas de otras.

Imaginó  a Brigitte en un momento fiero y se mostró generoso al pintar su angustia. Le pegó la rabia a la garganta y dejó el animal a punto de grito.

También fue espléndido con sus pechos. Ese torso omnipresente sustenta el cuadro con la misma contundencia con la que su versión real encarnó el deseo.  Es un busto voluptuoso y negro, condecorado con hombros de Diva. 

Desde las clavículas emerge algo que podría ser dolor o desdén y se yergue para formar el cuello. La cabeza clavada en el cuello. Rematada con un tocado y acorazada en la boca. Mandíbulas en el lugar donde se esperan labios, el mito erótico mostrando sus fauces de hierro.

Es la rabia de Brigitte proyectada hacia el cielo, gruñendo por la imposibilidad de comprensión. De consuelo. A punto de abrir la boca y morder las entrañas del enemigo. Retando al habitante de las alturas a combate singular. Si se atreve.

Miss Plumtree

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