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lunes, 25 de febrero de 2013

La crítica o la voz

     

Hace poco que fisgoneo en el mundo de la crítica con voluntad pedagógica. A pesar de esta tardía inmersión soy amante de la recreación del acto artístico desde hace, por lo menos, una biblioteca. La mía: modesta, caprichosa y desparramada por todo el piso. Me gusta la crítica porque me gusta  demorarme en los efectos que nos provocan no solo la literatura sino cualquier manifestación del arte.   Como los avaros se recrean en las cuentas y el dinero o los cotillas en la vida de sus vecinos yo me aplico en parlotear sobre lo que otros escriben, esculpen, pintan, interpretan, recitan, graban, bailan, etc, etc, etc.

O sea que me gusta opinar y desplegar teorías respecto de la creación artística.  En cambio parece que desconfío del criterio ajeno.  Porque por algún misterio sibil al que algunos se referirán como suficiencia (y al que  yo llamo vocecita),  pocas veces he sucumbido a la tentación de las novedades literarias que recomiendan los suplementos culturales. Esa voz poco explícita (y diminutiva) siempre me frena el impulso de comprar una novedad y me acaba empujando hacia la sección de clásicos en edición bolsillo.   

Literatura buena, bonita y barata. Yo, insensible y despreciable tacañona me tenía por pedante, al dudar de la calidad de la escritura emergente y por cobarde, refugiada en lo consagrado. En este estado de flagelo  devoraba yo grandes libros sin la suficiente erudición y los iba apilando en mesas, mesitas, estanterías y taquillones.  Anotando en la más estricta intimidad las ideas y el valor del saber ilustrado mientras soñaba con entregarme algún día a las vanguardias con la misma confianza con que me tragaba los clásicos.

Hasta que empecé a tantear la crítica un poco por  fisgonear en el mundillo del saber, otro poco por robarle los argumentos que a mi juicio le faltaban. En ese momento se me derrumbó el castillo de erudición señores y los intelectuales se me volvieron sapos. Descubrí que los críticos eran, en la mayoría de los casos, gentes que inventaban adjetivos para encumbrar obras de amigos, conocidos y parientes sin atender a otro impulso que el gregario a excepción del  clientelista para con las editoriales.  De nuevo la sapiencia retrocedía ante lo humano.

La crítica cultural (dicen) acompaña los diversos momentos del desarrollo cultural de un país. Lo que significa que o no hay cultura o no hay crítica. Porque las listas de reseñas y críticas se reducen, como los escaparates, a los superventas. Los ideales del arte no se sostienen pues, ni en el amor ni en el arte.  Si no en la tribu y el comercio.

El valor de una obra no se mide batiendo records ni acumulando grandes cifras  si no por el acierto que el autor tuvo en mostrar la complejidad de lo humano. Y esto no parece tener interés para la mayoría de críticos que leo en los suplementos culturales. 

Si esta no es la preocupación del crítico a la hora de comentar una obra, ¿Qué necesidad tenemos los lectores de intermediarios? Cuando el cura no te acerca a Dios si no a su Diócesis es mas sensato buscar un canal directo. Y esa vocecita desconfiada, personal y sibilina se mostró más crítica que los intelectuales con columna. Voy a revolver entre los montoncitos de libros a los que al empezar, en un rapto romántico, llamé biblioteca para que me sorprenda una reliquia que me asegure disfrutar y recrear la fantasía, quizás sin argumentos muy técnicos, pero sin clientelismos, y desde luego, ahora ya, sin flagelos. 

Miss Plumtree

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