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Solo había un hombre en la barra. A pesar de estar dentro del local llevaba puesto un chaquetón. No había otros clientes, y el barman trasteaba detrás de unas cajas. La tele estaba apagada, tampoco había música, con lo que el hombre hojeaba el periódico inmerso en un incómodo silencio. Tanto misterio era, sin duda, buena señal.
Desvío pues la atención hacia lo que me ha traído a este tugurio y dispuesta a calentar motores le pregunto en que consiste el trabajo de un detective. Contesta que un 90% de los encargos son empresariales, despidos, bajas, moving, competencia desleal y que alrededor de un 5% de las veces los contratan para confirmar celos matrimoniales. Soporto lo insulso de la estadística por lo de los celos y porque reparo en que queda otro 5% colgando. La ratio que sin duda esconde el mundo de la extorsión, el juego y el crimen organizado.
Soplaba un viento frío que me pegaba a
bofetones la humedad del mar. Enroscada en una bufanda roja y con las manos en
los bolsillos caminaba a paso rápido hacia mi cita. El día acompañaba mi
quehacer, tiempo hibernal, enorme luna de lobo y un pueblo costero desalmado,
habitado por unos pocos viandantes escondidos bajo gruesas chaquetas con capuchón.
Uno de aquellos tipos tenía que ser mi cita, los detectives van siempre
de incógnito.
Justo antes de entrar en el bar donde habíamos quedado me asaltó la duda:
¿nos reconoceremos? Un buen detective debería adivinar la señal roja en mi
bufanda pero lo cierto es que por teléfono él no me había dado ningún
distintivo para que yo pudiera identificarle.
Solo había un hombre en la barra. A pesar de estar dentro del local llevaba puesto un chaquetón. No había otros clientes, y el barman trasteaba detrás de unas cajas. La tele estaba apagada, tampoco había música, con lo que el hombre hojeaba el periódico inmerso en un incómodo silencio. Tanto misterio era, sin duda, buena señal.
Alcancé la barra y sin preámbulos aventuré ¿es usted…?. Me interrumpió. Llámame Javi. Todo estaba saliendo a la
perfección, noche tormentosa, un hombre
misterioso, un nombre falso, y el entrechocar de botellas de fondo.
Pido permiso para encender la grabadora.
El hombre sonríe, me da dos besos y con la
mano hace un gesto para indicar que estaríamos mejor sentados en alguna de las
mesas. Me sorprende un poco lo de los besos pero lo interpreto como el gesto de
un seductor acostumbrado a lo prohibido. Por si acaso lo primero que pregunto
al encender la grabadora es ¿está usted
casado?. Responde que esta es una profesión que no se aviene muy
bien con la familia, horarios extraños, algunas mentidas….. Esto no contesta
a mi pregunta pero entiendo que el esquinazo pretende mantener su identidad oculta y no me obsesiono en averiguar ni estado civil
ni progenie. La cosa se pone interesante.
Desvío pues la atención hacia lo que me ha traído a este tugurio y dispuesta a calentar motores le pregunto en que consiste el trabajo de un detective. Contesta que un 90% de los encargos son empresariales, despidos, bajas, moving, competencia desleal y que alrededor de un 5% de las veces los contratan para confirmar celos matrimoniales. Soporto lo insulso de la estadística por lo de los celos y porque reparo en que queda otro 5% colgando. La ratio que sin duda esconde el mundo de la extorsión, el juego y el crimen organizado.
¿Y el
resto de trabajos? comento con sonrisita juguetona. Contesta que todo tipo
de cosas desde colocar una cámara en un super a seguir algún adolescente a
propuesta de sus padres. Contraataco diciendo que no me dirá que no encuentra
lugares más interesantes donde ocultar una cámara y que no me creo que no haya
escondido sus micros en algún que otro florero. Ah es eso, que sepas que está
prohibido espiar partidos políticos, me suelta. Se termina la caña y
comenta si estaría yo dispuesta a tomar unos pinchos.
Renuncio a los pinchos y disparo otra bala para
destapar los misterios de mi entrevistado y pregunto por qué se hizo detective.
A lo que me contesta que por casualidad. ¿Cómo?,
quiero que me diga que detective se nace, que la genética le tiene que haber dado
intuición, inclinación al riesgo y audacia y me viene con que ha acabado en
esto gracias al azar y a la consecución de una licencia que expide el
Ministerio. Está mintiendo, reacciono.
Cosa que niega no sé si con resignación pero tan tranquilo.
Bajo toda
esa pátina de normalidad habrá un
submundo criminal y sumamente peligroso al que como detective privado has de
enfrentarte, reclamo. Comentario que neutraliza diciendo que si durante una investigación
descubre un delito debe informar a la policía.
Algo se está torciendo. Este tipo no cuenta
todo lo que sabe, no fuma, no bebe wiski on the rocks y además llama a la
policía cuando se encuentra en apuros. Un momento, me revuelvo. ¿Se cree que me va a tomar el pelo? Para
rebajar la tensión le grito al barman que me traiga un orujo y exijo a mi acompañante
que inmediatamente me cuente cuales son los peligros que mantienen su vida en
continuo suspense, los asesinatos en que se ha visto implicado, como se desenvuelve
en el mundo de la droga, en el de la prostitución y le insto a que me enseñe donde lleva la
cámara oculta. O no ve que lo que nos ha traído
hasta aquí es el interés que tiene mi público en conocer los crímenes y
escarceos que ocurren en mitad de la noche.
Creo
que tienes una opinión equivocada de lo que es esta profesión, me sermonea.
Piensa que los detectives somos personas
normales que pasamos aburridas y
larguísimas horas esperando a que algo suceda.
Necesité unos tragos más para reconocer el
fracaso de la entrevista y admitir que hubiera resultado más provechoso citar a
una de esas encantadoras ancianas que resuelven los crímenes entre sorbitos de
té. Tú
no eres detective, le dije. Y para que te enteres, mentí, no me has engañado ni un solo instante. Me
sumí en el desconsuelo y el alcohol no
solo no relajo mi verborrea si no que la subió un par de posiciones en el
pentagrama
Pero de repente todo dio un giro cuando me
invitó a celebrar una segunda entrevista. Dijo que era que para suavizar el
disgusto que me había cogido. Pero a quien iba a engañar, se aprovechó de mi
estado de embriaguez para para invitarme a su despacho. ¿Solos?. Donde recibo a mis
clientes, aclaró. Capté la
provocación de inmediato. Así te harás
una idea más real de cómo es la vida de un detective. Semejante proposición
solo podía esconder intenciones truculentas, acaso delictivas, seguro sexuales.
Recogí la grabadora y me soné los mocos por
si para despedirse volvía con la técnica de los dos besos. Me enrosqué la bufanda, me calcé el bolso y empecé a pensar si no sería mas prudente acudir a la próxima entrevista con un revolver.
Miss Plumtree
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