Resulta imposible describir Manhattan sin caer
en lo cinematográfico. El celuloide nos ha dado ya todos los símbolos de la
Isla del sueño americano. Y ninguno
resulta tan evocador como la imagen de sus alcantarillas humeando.
Calles de Manhattan
Podríamos, pues, comenzar el relato paseando
por entre el vapor que rezuman sus calles. No será difícil construir este
deambular. La memoria nos llevará a los
barrios inmortalizados en las películas y
nos traerá la imagen del transeúnte sospecho, la del urbanita, la del
intelectual o la de la delicada Audrey Hepburn mordisqueando su desayuno en
Tiffany.
Aunque quizás es mejor que empiece por el
principio. Como suelen hacerlo las viejas películas, los cuentos y todos los
clásicos.
Manhattan es una isla apepinada, separada del
Bronx en el norte por un estrecho y acabada, al sur, con una lengua que lame la
Bahía de Nueva York. Flota flanqueada por dos ríos y está rellena de
rascacielos. A pesar de estar construida hasta los bordes es un lugar espacioso
debido a las enormes avenidas que la atraviesan en perfecta vertical. Alrededor
de doscientas calles suben ordenadamente desde Wall Street hasta Inwood Hill
Park para trazarse perpendiculares a estas Avenidas. Broadway se atreve a
romper semejante geometría urbanística cruzándola en diagonal y formando en las
intersecciones emblemáticos lugares. Como Union y Madison Square. En el centro
de la Isla se extiende como una gran alfombra Central Park. Un rectángulo
perfecto, tupido y verde.
Central Park
No parece que este pedazo de tierra acabara
siendo isla por convicción. Más bien es fruto de algún proceso natural
involuntario. Tres de sus lados siguen muy cerca de tierra firme, y como si a
la masa desprendida le hubiera dado miedo continuar con su naufragio, se ha
sujetado al Continente con numerosos puentes.
Se me antoja que primero se separó de Broklin y de Queens, y que después
las corrientes de agua y el peso del hormigón acabaron por romper el último nexo
que la unía al continente. Como se rompe
una galleta.
Panoramica de la Isla de Manhattan
Una vez a la deriva Manhattan tuvo que
reinventarse y rellenó sus barrios de las gentes mas variopintas. Así llegaron la comunidad negra, los
bohemios, los brokers, los judíos y las
estrellas de cine.
Vito Corleone en Little Italy
Confundido entre todo este trajín apareció
también en la Isla un pueblo silencioso y discreto proveniente de los confines
que se asentó justo encima de Lower Manhattan para fundar China Town.
Calles de Chinatown
Hoy por hoy la comunidad asiática ha
desbordado las fronteras de su barrio original y ya ocupa parte de los
distritos vecinos. De modo que se puede llegar a China Town sin necesidad de
mapas. Basta con ir siguiendo las primeras tiendas de productos asiáticos con las que vas topando.
Poco a poco la
concentración se hace más evidente hasta encontrarte en un mundo sin referentes occidentales. Los
ancianos interrumpen su lectura de la prensa (en alfabeto chino) para invitarte
a entrar en establecimientos de aspecto familiar. Dentro, dependientes de edades inconcretas saludan
cabeceando como ardillitas y ofrecen ceremoniosos sus productos. Las tiendas
están atiborradas de verduras de todas clases. Hojas que a pesar de parecer
acelgas son demasiado pequeñas, cominos, una variedad impensable de raíces,
pepinos que no los son, coles de varios colores. Frutas de mas colores todavía.
Pescado, carne, pastas. Y una enorme cantidad de puestos de comida que anuncian
incógnitos menús garabateados en su alfabeto.
Comercio en Chinatown
Este barrio es un movimiento constante de
gente menuda que conduce su comunidad como un hormiguero caótico aunque
perfectamente funcional. En este pedazo de urbe los turistas orientales,
armados con sus cámaras y sus sonrisas complacientes, se distinguen de los
habitantes autóctonos lo mismo que cualquier occidental.
Comercio en Chinatown
Columbus Park es un centro de reunión al aire
libre para los jubilados de China Town. Allí juegan a las damas o al póker
sobre las mesas de piedra del parque. La mediana de edad oscila alrededor de
los 65, aunque también los acompaña algún congénere mas joven con pinta de
estar desocupado (estado excepcional entre esta comunidad). Las timbas están
extrañamente acompañadas con las notas de una flauta que adormece el ambiente.
Aunque el juego es protagonista e impone su rigor, la edad de los jugadores, su
mirada oriental y el aire libre tornan la competición inofensiva.
El juego en Columbus Park
El mercado negro de artículos de lujo
confeccionados o almacenados en las trastiendas constituye otro de los
espectáculos del barrio. La oferta es un
bombardeo constante. Los vendedores ofrecen Rolex falsos como quien ofrece
jaco, susurrando la mercancía al oído de los transeúntes. Los asiáticos (y los
negros) que venden esta mercancía tienen tomadas las calles. En Canal Street se
cuentan por decenas. Llevan la mercancía guardada muy discretamente, en una
pequeña bolsa opaca o incluso en los bolsillos. Los encargados de estas
cuadrillas (como si de chulos se tratase) esperan a los distribuidores en los
portales para recoger las ganancias y abastecerles con el resto de mercancía
que espera escondida a resguardo de las redadas policiales.
Al llegar la noche el trapicheo queda velado
por la espesa niebla. Las tiendas continúan abiertas pero el hormigueo
desaparece. Todo se vuelve gris y frío excepto el subsuelo, que sigue exhalando
sofocantes bocanadas de humo. Es el momento de cambiar de barrio y buscar algún
lugar que ofrezca refugio nocturno.
Old Town in Sin City
Otro movimiento demográfico que llenó Manhattan de magia y color fueron los negros
(como se les llamaba en tiempos de incorrección). Ellos también cruzaron los
puentes para instalarse en la tierra prometida y con su risa rítmica y unplugged hechizaron la
Isla por completo. Fueron los que le infundieron el hálito vital. Las negras,
llenas de paciencia y de sonrisas,
llegaron luciendo con orgullo animal sus moños: auténticos trabajos de
orfebrería. Ellas pusieron de moda la decoración de las uñas, las cenefas, los
labios y la carne. Y contagiaron el ambiente con sus cantos y el devaneo de sus
traseros.
Billie Holiday
Aunque están esparcidos por todo Manhattan,
tradicionalmente y en esencia debemos buscar a la población negra en el Harlem.
Este barrio ofrece la oportunidad de observar como esta raza, más que ninguna
otra, lleva el impulso de la vida en las venas. Para comprobarlo solo hace
falta presenciar como allí la comunidad Baptista reza a su Dios.
Mujeres en el Harlem (esta imagen puede estar protegida por drchos. de autor)
Es el mismo que el Nuestro pero no tiene nada
en común, ni con nosotros ni con las
congregaciones baptistas de comunidades no negras. No es lo mismo un Thank You
Jesus o un Aleluya a grito de gospel que pronunciado desde las sotanas los
reverendos hispanos.
La cultura africana sabe llegar al alma con la
música (soul, jazz, góspel) y alcanza el éxtasi sin necesidad de psicotrópicos
cuando le pone danza.
Si el lector quiere aliviar las penas sugiero asista
a una misa en el Harlem y se deje llevar hasta exorcizar todas las tensiones
que tan civilizadamente contiene.
U2 con el coro de una iglesia
Además de los asiáticos y los negros, en
Manhattan se afincaron entre otros, hispanos, europeos y judíos. Una vez las comunidades fundadoras
ya estuvieron asentadas en la Isla, y las nuevas generaciones diluyeron las
fronteras entre razas culturales, germinó el cultivo y el intercambio de
costumbres dio lugar a la vanguardia.
detalle balcon en Lower East Side
(esta imagen puede estar protegida por drchos. de autor)
LES (acrónimo de Lower East Side) es
supuestamente un barrio judío, pero le sucedió lo que sucede a todo aquel que
se abandona a la modernidad. Perdió la
personalidad a la vez que su condición de gueto. El resultado es difícil definirlo con
adjetivos excluyentes. Dejémoslo en que LES es un barrio moderno. O incluso más
aún, pues sus pretensiones cosmopolitas apuntan a lo snob. Y esta pretensión arrastra, por supuesto,
mestizaje y zaleo nocturno. Además de toda aquella comunidad gay que encuentra
refuerzo en la las tendencias.
El habitante del LES ha de ser alguien que se
atreva con cualquier cosa a condición de que sea estridente. Gorros de gánster con plumas, maquillajes
asimétricos, faldas siniestras o camisas con churrera. La única consigna válida
es la de distinguirse.
Detalle fachada en el Lower East Side
Sus intenciones de modernidad también se aprecian
en los grafitis y en una mezcla de tiendas excéntricas que se precipitan en lo
freak en su desesperada cruzada identitaria. Bares que rezuman alcohol
comparten acera con pastelerías rococó, colmados y boutiques de ropa reciclada.
Vinacotecas, tiendas de mobiliario vintage y cafés naíf. En resumen, el LES es un barrio tan moderno
que continuamente corre el riesgo de pasar de moda.
La Balada de Lower East Side (Michael Monroe)
Mas refinada resulta la población de Tribeca y
la del Soho o cuando menos mas glamurosa
la hacen parecer sus establecimientos de diseño, las galerías, la ropa,
y los bares de copa con servicio
de pitonisa.
En estos barrios los giros estéticos dan como
resultado cualquier cosa que se pueda imaginar. Y aunque en ocasiones la explosión
conjunta de tan dispares conceptos pueda parecer caótica, cierta corriente de
gusto los une y los hace sugerentes.
Con la vanguardia, el mestizaje y el
dinero, también llegó a la Isla el arte.
Y se asentó en los museos de referencia (el Metropolitan, el Moma…) como los
dinosaurios lo hicieran en el de Historia Natural.
Pero a la sombra del arte mayúsculo y de los
galeristas de caché que iluminan el Soho,
Manhattan acopia una cantera artística sorprendente. Tanto por su frescura como
por su capacidad de sobrevivir en los lugares mas insospechados. Como en la
zona de Chelsea. Donde la industria ha ido abandonando los edificios de
ladrillo y entre talleres mecánicos
todavía en activo, se instalan minúsculas galerías independientes de bajo
presupuesto. Han colonizado los deteriorados inmuebles para colocar las
exposiciones de las nuevas promesas. Son
lugares ideales para percibir la fuerza de un artista en busca de su propia
voz. Un alarido artístico dentro de un
edificio con goteras que pierde calefacción por las juntas de los ventanales.
Galerias de arte alternativas en el Barrio de
Chelsea
El arte, como la vida, siempre prospera. Manhattan respira, exhala a través de sus grietas y fiel al mito se reinventa para continuar rodando.
Así se fundó esta Isla. No porque sea cierto,
sino porque el visitante lo recuerda de este modo. Porque la absorbió la
ficción y quedó atrapada en la bobina de nuestro imaginario como la cinta del
celuloide.
Manhattan, de Woody Allen
Miss Plumtree
Fresca, divertida, de ensoñación, ... son algunos de los adjetivos que se me ocurren para la lectura de este fabuloso texto, que enamora sin escrúpulos ...
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