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Hace
mucho tiempo, cuando todavía existían las horas viví en el futuro. Era un lugar
metálico y anguloso, todo grises. Oscuro después del sol. Dentro de la cápsula,
detrás de mi puerta encendía la pantalla para mirar fuera: Algún congénere
colgaba la ropa en el tubo interior, avances en el descubrimiento de la vacuna
del sueño, las prestaciones del nuevo BM WWW, nuevos ruidos y olores cercanos a
la tonalidad verde. La pantalla mostraba sin pausa los avances del mundo. Yo imaginaba
mi nombre y pensaba en que ya no nos moríamos con la facilidad de antes. Me
quedaban recuerdos. Muy pocos. Supongo que valía la pena, en el futuro vivíamos
más. Más años, más gente. Y vivíamos
mejor. Gracias a la tecnología y al milagro de la medicina. Prohibieron recrear
la psicodelia pero a pesar de la ilegalidad la química todavía nos brindaba
oportunidad de ser felices. Algún rato.
Para sobrevivir
siempre hay que morir un poco. Dejar cosas atrás. Teníamos que olvidar y nos
quitaron el nombre para facilitar el borrado. Aun así a mí todavía me quedaban algunos
recuerdos del pasado. Entonces. Ya no. Con las cosas y los peligros bajo control
vivíamos más seguros. Las puertas dentro de los inacabables pasillos nos protegían
de casi todo. De lo desconocido. Del dolor.
Todo
estaba ordenado en pasillos. Largos hasta el infinito, para poder guardarlo
todo. A todos. Con puertas a ambos lados que daban a las cápsulas. Cerradas.
Estaban numeradas y con una letra al final
de cada número. Los pasos de la gente que caminaba por los pasillos retumbaban
en las paredes hasta que se fundían con el zumbido eléctrico.
El
zumbido eléctrico se engancha a la piel con facilidad. Y da mucho miedo.
Yo solo
me sentía a salvo al abrir un libro.
A veces
llamaban a la puerta.
Miss
Plumtree
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