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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Venecia, un pasado al que volver





Hay que visitar Venecia a pesar del empalago romántico.  Aunque los gondoleros y la pizza no cesen en su cruzada hortera. A pesar del empacho de souvenirs. Debemos permitirnos una escapada a la meca de italiana del amor, navegar el Gran Canal y dejar que el vaporetto nos deposite en la plaza San Marcos para quedar expuestos a la Bahía. Es el lugar perfecto para ver Palacios salir del mar.

Venecia, como Afrodita, nació del agua, solo que a fuerza de ingenio humano y toda la arquitectura claudica ante este elemento mucho más antiguo y perseverante que la aristocrática ciudad. También le copió los alardes a la Diosa dejando para la posteridad un concepto urbanístico imponente y exquisito. Pero el deterioro que ha sufrido este experimento la convierte en un lugar irreal.


Entrar en Venecia es como meterse en un cuento deshabitado. En los salones el eco golpea indiferente las paredes. No hay vida en Palacio y las únicas familias que todavía residen aquí son ancianos que sobreviven dentro de estrechas viviendas embutidas en estrechos callejones añadiendo lustros y melancolía al conjunto histórico. Las escaleras de las casas se sumergen en los canales indicando el camino a ningún lugar mientras el agua, a sus anchas, se cuela por debajo de la puerta de la entrada principal.  Así son los portales de este lugar de ensueño, donde las cenicientas no llegaban en Carroza a las puertas de Palacio si no meciéndose en señoriales barcazas.



Es sorprendente la cantidad de turistas  que nos damos aquí cita, ahora que el valor de lo antiguo se ha borrado ya del mundo, para admirar el encanto de lo decadente. Se diría que hasta las torres de las iglesias se inclinan respetuosas al paso tiempo. Será que lo nuevo no invita a soñar o simplemente que al colarse  por entre los callejones de esta filigrana artística, subiendo y bajando  los puentes que llenan de ilusión los canales, se alcanza esa sensación de pasado al que siempre apetece volver.

Dentro de sus palacios todavía se escucha un lejano crujir de sedas, el murmullo de la riqueza. Su remoto esplendor está presente en los frescos, en las escalinatas y en los majestuosos ventanales. Venecia es un universo pequeño y húmedo de aposentos con doseles, de bailes de máscaras, de arte, que guarda polvorientas intrigas cristalizadas en las lámparas de los salones.


La Serenísima la llaman y a lo mejor no solo para resaltar su talante apacible en tiempos de hostilidades. Tanto palacete, toda esa sofisticación obsoleta y el trajín calmado que se da sobre el agua de los canales pueden sumir al viajero en un estado de letargo. Si ha venido con la idea de relajarse estupendo porque es la disposición perfecta para sortear tanto góndolas como preocupaciones y si ha escogido destino por lo del efluvio romántico no habrá fracaso porque la combinación predispone para todo lo que hay que disfrutar sin prisas.

Además, presenciar como la Plaza San Marcos se abre a la bahía podría considerarse uno de los placeres de la humanidad.

Miss Plumtree

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